lunes, 26 de noviembre de 2007



Las Hormigas Aventureras


Tres hormigas amigas, Lala, Lola y Luli salieron del hormiguero para dar una vuelta por el campo porque era un hermoso día de sol.
En su recorrido encontraron unas huellas muy grandes. Como les gustaba la aventura decidieron seguirlas para ver adonde se dirigían. Caminaron muchas horas pero el afán por encontrar al dueño de esas pisadas las hizo continuar sin descanso.
Las huellas las llevaron hasta un lugar donde había un objeto en forma de huevo de gallina pero gigante.
¿Sería un huevo ? No. Jamás habían visto algo semejante ¿Qué monstruo podría salir de allí? ¿Quién habría puesto semejante huevo?
Luli, que era muy fantasiosa y le gustaba mirar los noticieros dijo: -Esto no es un huevo. Es un OVNI-.
Lola, que era muy miedosa y jamás había visto algo parecido se puso a temblar como una hoja y gritaba: -¿Un OVNI? ¿Qué es un OVNI?-
Luli, haciendo gala de sus conocimientos explicaba: -Es un objeto volador no identificado. Puede ser la nave de un marciano, un extraterrestre, un ser de otro planeta-.
Lala, que siempre fue estudiosa y analizaba cada tema cuidadosamente exclamó mientras se acercaba a tocarlo:-¡Esto no es un OVNI, es un huevo!-.
Lola, que continuaba temblando gritaba: ¡No me importa si es un OVNI o es un huevo! ¡Yo me voy para el hormiguero!!Y me voy Ya!-
Lala recordó que su abuela le había contado que existían unos pájaros muy grandes que se llamaban ñandúes, pero nunca había visto ninguno y no quería irse porque era muy curiosa y no quería perder la oportunidad de ver como eran.
De repente, el huevo comenzó a temblar y las hormigas se escondieron asustadas detrás de un trébol.
Se rompió la cáscara y asomó la cabeza un pichón gigante. El pichón se puso de pié con dificultad. Tenía ojos muy grandes y un cogote muy largo. También tenía patas muy largas y hermosas plumas.
El Pichón de Nandú rompe el huevoDibujo por Mirta CroxattoEl pichón miró a las tres hormigas y les dijo:- ¿Mamá?- Las hormigas se miraron unas a otras confundidas. El enorme pichón se acercó diciendo: -¡Mamá!-¡Mamá! Lala le dijo:- No somos tu mamá-
El pichón comenzó a llorar. Las lágrimas rodaban de sus enormes ojos tristes.
Lola siempre miedosa decía: -No te acerques que si nos pisa nos mata- Luli exclamó: -Hay que encontrar a la madre-
Lala, tomando la iniciativa, se acercó al pichón gigante y le dijo: -Buscaremos a tu mamá siguiendo sus pisadas-.
El pichón se alegró. Las tres hormigas treparon hasta su lomo emplumado y mirando las huellas le dijeron hacia adonde debía caminar.
Las hormigas trepan sobre el pichónDibujo por Mirta CroxattoAtravesaron muchos pajonales y cada vez se alejaban más del hormiguero familiar. De pronto una liebre se asomó de una cueva. El Pichón gritó-¡Mamá!-
Lala acariciándole las plumas con cariño le dijo -¡No. Esa no es tu mamá!- El pichón parecía estar muy triste.
Las hormigas comenzaron a inquietarse. Las huellas se dirigían hacia un monte.
Lola temblaba. -¡Nos vamos a perder!- gritaba.
Lala la hizo callar. -!Calláte de una buena vez!-.Tenemos que encontrar a la madre.
De pronto, en la orilla de una laguna vieron a la mamá ñandú.
-¡Allí está tu mamá!- gritaron las tres hormigas entusiasmadas.
El pichón se lanzó a la carrera y las hormigas tuvieron que sujetarse fuertemente de sus plumas para no caerse.
Cuando la mamá ñandú vió a su hijo se abrazó fuertemente llorando emocionada. El pichón sonreía. Estaban felices.
Entonces la mamá agradecida con Lala, Lola y Luli, las invitó a subir a su lomo emplumado y junto a su hijo las llevó de vuelta a su hormiguero.
La colonia de hormigas salió a recibirlas ya que habían notado su larga ausencia y estaban preocupadas.
Ellas contaron su aventura, conocieron a esos pájaros enormes llamados ñandúes y todos festejaron el encuentro.
Fin



El Zorro y el Ñandú se van de vacaciones


El zorro se peinó su larga cola y fue a visitar a su amigo el ñandú. El ñandú estaba probándose sombreros a orillas de la laguna mientras se miraba reflejado en el agua. El zorro extrañado le preguntó:- ¿Qué estás haciendo?- -Me estoy preparando para irme de vacaciones! -Y adonde? -No sé! Quiero viajar! Cambiar de aire! Conocer el mar! Ahí está! Me voy al mar! Querés venir? -No sé. Qué es el Mar? -Sos un bruto! No tenés mundo! El mar! El océano! Donde hay tanta agua que podés ver el infinito. Playas de arena. Mucho sol! Todo el mundo se va al mar. -Dale! Te acompaño!
Los dos amigos caminaron por el campo hasta llegar a una ruta muy transitada. -¿Ves? le dijo el ñandú! Todos se van de vacaciones!_ - ¿Y vos sabes para donde queda el mar?_ Preguntó el zorró. -Para allá- Dijo el ñandú señalando un cartel que decía Mar del Plata 250 km
El zorro se trepó sobre el ñandú y comenzó a hacer dedo para que alguien los levantara.
Después de mucho esperar paró una camioneta cargada de pollos. El conductor les preguntó si iban a Mar del plata y contestaron que sí. Cuando estaban a punto de subirse le preguntó al ñandú.- ¿Ese es un zorro? -No!- Dijo el ñandú -Es mi perrito. Se llama Chucho-. Parece un zorro… -No! Es un perro! Miré como ladra-. Y dirigiéndose al zorro le dijo:- Mostrále al señor como ladrás- El zorro dijo:- Guau! Guau!- -Está bien. Entonces suban que los llevo-. Contestó confiado el conductor.
Se acomodaron entre las gallinas que comenzaron a cacarear al reconocer la presencia de su mayor enemigo. Al zorro se le hacía agua la boca ante tantos manjares Pero el ñandú le advirtió._-Si no querés ir caminando vas a tener que hacer un esfuerzo y portarte bien-. El zorro le contestó:- Guau! Guau!-
Con el traqueteo de la camioneta, finalmente el ñandú se quedó dormido. El zorro pensó: Habiendo tantas gallinas si falta una no se van a dar cuenta. Era el momento justo para deleitarse con su plato favorito: gallina fresca. Eligió la más gordita y se la comió. Estaba tan deliciosa que decidió comerse otra y otra y otra.
Las gallinas alarmadas comenzaron a cacarear cada vez más fuerte hasta que el conductor frenó la camioneta y vio que le quedaban la mitad de las gallinas. Entonces los arrojó a la ruta mientras les gritaba:- Ladrones ¡asesinos! ¡Me han comido las gallinas!- El ñandú se largó a la carrera con el zorro trepado sobre sus plumas. Y el conductor los perseguía corriendo mientras les arrojaba con cuanta piedra encontraba pero el ñandú era muy rápido y pronto desaparecieron de su vista. -Por tu culpa ahora vamos a tener que llegar caminado-. Dijo el ñandú -No pude resistir la tentación-. Dijo el zorro. Detrás de un árbol vieron a un hombre que dormía roncando profundamente y junto a el había una bicicleta. Decidieron seguir su viaje pedaleando. El problema era que el si el zorro se sentaba llegaba al manubrio pero no podía pedalear. Y el ñandú si pedaleaba no podía tomar el volante. Entonces, el zorro tomó el volante y el ñandú pedaleó y así siguieron viaje. El hombre se despertó y comenzó a gritar:- Auxilio! Socorro! Ladrones! Me robaron la bicicleta-. Pero el ñandú pedaleó con fuerza hasta perderse de vista.
Mientras caminaban hacia el mar vieron grandes carteles con sus caras impresas. -Mirá-Dijo el zorro. -Nos están dando la bienvenida-. -Qué alegría- respondió el ñandú-. Pero los carteles decían Buscados . Ladrones de bicicletas. Devoradores de gallinas.
Finalmente llegaron a la playa. Estaban felices de haber logrado con éxito su objetivo y corrieron a zambullirse en el mar. -Ah!!!!!!!!! Esto es vida!- Decía el ñandú… Al zorro una ola lo envolvió con toda su fuerza y después de revolcarlo unos metros lo arrojó a la playa totalmente mareado. El ñandú con sus largas patas sorteaba con elegancia las olas. Mejor me quedo tomando sol, pensó y se acomodó en un par de reposeras y una sombrilla. El ñandú sacudió el agua sus plumas y se sentó a su lado.
Abrieron una canasta conteniendo una vianda y comenzaron a engullir sándwiches, frutas y galletitas. Cuando tenían la boca llena, el dueño de las reposeras, la sombrilla y la vianda se acercó furioso viendo que le habían ocupado su lugar y se habían comido su almuerzo. -Se puede saber qué están haciendo? Preguntó furioso el hombre, mientras el nene lloraba y la mujer gritaba -¡Policia! ¡Llamen a la policía!- -Estamos de vacaciones- respondió el zorro. -Estas son mis cosas-. Dijo furioso el hombre. -Esta es una playa pública- respondió el ñandú. -Pública es la arena y el mar, no mis sándwiches-. ¡Fuera de aquí! ¡Atorrantes!
Se escucharon las sirenas de la policía, la gente comenzó a agolparse. Ante semejante revuelo decidieron escaparse a la carrera y los policías corrían detrás con redes para cazarlos pero se escondieron en una cueva entre las rocas.
A la noche cuando no quedaba nadie en la playa, volvieron para ver si encontraban algo para comer. El zorro estaba decepcionado. Las olas eran demasiado grandes. No le gustaban las almejas, ni el pescado. Las gaviotas volaban antes de que pudiera acercarse. No había ratoncitos de campo, ni pajaritos. El ñandú también estaba triste. No había pasto para comer, ni matorrales donde poder empollar sus grandes huevos. La experiencia de las vacaciones en el mar no fue lo que esperaban.
Cuando estaban distraídos dos redes cayeron sobre ellos. Los policías los condujeron al zoológico hasta que llegara una autoridad y decidiera que hacer con ellos. Al día siguiente llegó un juez que les explicó una por una todas sus fechorías: Devorar gallinas ajenas. Mentir, simulando ser un perro. Robar una bicicleta que no les pertenecía. Ocupar sombrillas y reposeras. Comerse el almuerzo de una familia. Escapar de la autoridad.
Y luego de retarlos les dio dos opciones. Una era volver al campo y nunca más volver o Quedarse para siempre en el zoológico. Ellos le pidieron perdón al juez, llorando arrepentidos. El juez se compadeció y decidió trasladarlos al campo bajo la promesa de que nunca más saldrían de allí.
Los dos amigos se abrazaron felices de poder volver junto a sus parientes y amigos.
Fin
















lunes, 12 de noviembre de 2007

El tobogàn atrapador



El tobogán atrapador


RESULTA QUE el Tío Chiflete las llevó a las nenas a la plaza y se puso a jugar con ellas. Primero fueron al sube y baja, y las sentó a las nenas en un asiento y se subió él en el otro. Pero no podían subir y bajar, porque el Tío estaba un poco gordo y el sube y baja no se movía. Después fueron al arenero, pero una nena se puso a llorar porque el tío se había sentado arriba de su castillo y lo había aplastado todo. Después se subió a una hamaca, pero las nenas no lo podían hamacar, porque era una hamaca para nenes y no para gente grande.
Entonces fueron al tobogán. Y el tío se subió y se iba a largar, pero resulta que se quedó atrapado en la parte más alta. El tobogán era demasia­do angosto, y el tío demasiado ancho. No se podía mover ni para atrás, ni para adelante, ni para los costados. Enseguida la escalera del tobogán se llenó de nenes que no se podían largar porque el tío tapaba la bajada. Franca trató de ayudarlo pero no pudo porque había que hacer mucha fuerza. El Tío gritaba como loco:
- ¡Sáquenme de aquí!
Al escuchar sus gritos vinieron la mamá Peta y el Vecino Inventor. Al vecino se le ocurrió pasar una soga por arriba de una rama, atar un extremo de una soga al pantalón del tío, y entre todos tirar del otro.
Empezaron a hacer fuerza todos a la vez hasta que... ¡Zas!. La soga se aflojó de golpe y todos se cayeron sentados en la arena. Y de la soga colgaba algo... ¿el tío? No. El pantalón del tío. ¿Y el tío? El tío quedó en calzoncillos, tan atrapado como antes arriba del tobogán. Para colmo llevaba unos calzoncillos largos color verde loro, con grandes lunares naranjas, amarillos y rosas.
Al tío le dio mucha vergüenza y pidió por favor que inventaran otra cosa para sacarlo de allí.
Un señor dijo que podían conseguir unas palomas, y atarles con piolín una patita a un ojal del chaleco del tío. Cuando las palomas levantaran vuelo, iban a sacar al tío del tobogán.
Como idea estaba muy buena, pero sucedió que las palomas no tenían demasiada fuerza y no pudieron sacar al tío del tobogán. Hubo que desatar los piolines y limpiar al tío con un pañuelo, porque había quedado todo sucio de caca de paloma.
Entonces Lara, que estaba comiendo un pan con manteca, lo empezó a fregar contra el tobogán. Al ver eso, la mamá se dio cuenta que era una buena idea: enmantecar bien al tobogán y al tío, para que se deslizara. Una vecina trajo varios panes de manteca y lo repartió entre todos los que estaban mirando. Allí nomás se dedicaron a dejar todo bien enmantecado, hasta que... ¡listo!. Un empujoncito y el tío bajo rápidamente por el tobogán, cayendo encima de toda la gente. Quedaron enmantecados y enarenados, pero felices.
El tío prometió que nunca más se iba a subir al tobogán, y que iba a hacer régimen para adelgazar: verduritas y yogur descremado. Y sobre todo, nada de manteca.



fuente: http://www.netic.com.ar/cuentinf/frames.htm

Invasiòn de gatos


Invasión de gatos
RESULTA QUE un día el Tío Chiflete encontró tres gatitos en un baldío. Eran muy lindos, todos grises con manchitas blancas, y muy mimosos. El Tío los levantó, se los puso en los bolsillos del saco y se los llevó a la casa.
Cuando llegó, Franca y Lara se pusieron muy contentas con los gatitos, y estuvieron toda la tarde ayudando a cuidarlos y jugando con ellos. Pero los gatitos hicieron mucho lío: la rasguñaron a Lara, se treparon a los muebles y los estantes, hicieron pis y caca por todos lados, volcaron la leche sobre la alfombra y clavaron las uñas en los sillones. Peta se enojó mucho.
Entonces decidieron regalarlos. El Tío se paró en la puerta y los ofreció a los que pasaban, pero ninguno se interesó.
- ¿Qué puedo hacer con estos lindos gatos? - le preguntó a Doña Peta.
- Podés hacer carteles y ponerlos por todo el barrio, para que todos se enteren.
- Pero es mucho trabajo hacer tantos carteles - dijo el Tío.
- No, hacé uno y después encargás 10 o 20 fotocopias.
- Muy buena idea - dijo el Tío, y se fue corriendo a hacer las copias.
Cuando llegó al negocio pensó:
- Mejor hago 50 carteles, para estar seguro de que la gente los vea.
Cuando los tuvo listos, los repartió por los negocios del barrio y los pegó en los árboles. El carnicero y el verdulero se ofrecieron a hacer más copias y ponerlas por sus barrios.
Al día siguiente vino una señora que había visto un cartel.
- ¡Qué lindos gatos! - dijo la señora. - Le voy a regalar uno a cada uno de mis sobrinos - Y se los llevó.
Al rato empezó a llamar y venir más gente que quería los gatos.
- Ya los regalé - decía el Tío.
- Ya vino una señora y se los llevó - repetía el Tío.
- Ya me quedé sin gatitos - decía.
- ¡Basta! ¡Me están volviendo loco con tantos llamados! - dijo por fin.
- ¿Cómo puedo hacer para que me dejen de llamar todas esas personas? - le preguntó a Doña Peta.
- Podés poner otro cartel que diga: "No tengo gatitos - Tío Chiflete".
- Muy buena idea - dijo el Tío y se fue corriendo a hacer 187 carteles y colocarlos por el barrio.
Al día siguiente dejaron de llamar personas pidiendo gatitos. Pero empezaron a llamar personas ofreciendo gatitos.
- ¿Así que no tiene gatitos, Señor Tío Chiflete? Yo le regalo dos - dijo el primero que llamó.
- ¿Quiere unos gatitos? Yo le regalo tres - dijo otro señor.
- Y yo cuatro - dijo otro.
Para la tarde, el Tío tenía doce gatitos en su casa, haciendo mucho más lío que antes, tomándose un montón de leche y rasguñando todos los muebles y toda la ropa.
- Ya sé lo que voy a hacer - dijo el Tío. - Voy a poner 435 carteles que digan "Regalo gatitos".
- ¡No! - dijo Peta - Van a venir un montón de personas para buscar gatitos, y después vas a tener que poner más carteles para que dejen de venir. Basta de carteles, si nó este asunto no se termina más. Mejor llevá los gatos a la veterinaria.
En la veterinaria se pusieron contentos de recibirlos, y el Tío Chiflete se pudo dedicar a arreglar todos los líos que habían hecho.

lunes, 29 de octubre de 2007

Cuentos para entretener a los mas chiquitos


El zapallo obediente.

RESULTA QUE un día que comía puchero (cocido), Plomín empezó a decir:
-
-Zapallo! - mirándolo a Berberecho.
- Zanahoria! - mirándola a Martina.
- Nabo! - mirándolo a Nahuel.
- Perejil! - mirándolo a Plomín.
Y cuando le decían algo, él contestaba:
- Zapallo, zanahoria, nabo, perejil, ¡cuántas cosas ricas hay en este puchero!.
Entonces Berberecho le dijo a Plomín:
- ¿Sabías que yo tengo dibujos en la lengua?
- ¿En serio? - preguntó Plomín, curioso.
- Sí, ¿querés ver? - dijo Berberecho, y le sacó la lengua:
- Brrrrr!
- No ví nada - dijo Plomín.
- Miren todos a ver si los ven. - dijo Berberecho, y volvió a sacar la lengua:
- Brrrr!
Y así un montón de veces.
Martina pensó un rato como podía hacer ella también una broma, y por último dijo:
- ¿Vos sabías que te comiste un zapallo vivo, que escucha y obedece? - le dijo a Berberecho.
- ¿En serio?
- Sí.
- A ver, mostrame - dijo Berberecho.
- Zapallo, cómo te va. Zapallo!
- ¡No me digas Zapallo! - dijo Berberecho.
- No te digo a vos, lo estoy llamando al zapallo - dijo Martina.
- Ah, está bien.
- Hola, Zapallo. Zapallo, ¿como estás?
- ¡Pero me estás diciendo Zapallo! - se quejó Berberecho.
- Callate, Zapallo.
Berberecho ponía cara cada vez más fea. Hasta que al final dijo:
- ¿Y porqué el zapallo no te contesta?
- No contesta porque recién le dije que se callara.
Entonces llegó una maestra y retiró los platos.
- No señorita, no se lleve los platos! - protestaron todos.
- Porqué, van a seguir comiendo cocido? - preguntó ella.
- No - dijo Berberecho - vamos a seguir jugando al cocido.


La hormiga comilona

RESULTA QUE la familia de Martina había ido a hacer picnic junto al río, y mientras los papás descansaban, ella fue a dar una vueltita. Cuando volvió, le contó a Nahuel:
- Allá lejos, atrás del árbol, hay un cocodrilo enorme, con unos dientes largos como cuchillos.
- Martina, vos sabés que no hay que decir mentiras - le dijo la mamá.
- Pero no mamá, esto no es una mentira, es una historia - respondió Martina.
- A ver el cocodrilo, mostrámelo.
- No te lo puedo mostrar, porque cuando se estaba lavando los dientes con una ramita, vino una serpiente y se lo comió.
- Ah. Entonces vamos a ver a la serpiente que se comió al cocodrilo.
- No puedo, porque resulta que cuando la serpiente se estaba enroscan­do en un tronco, apareció un gato hambriento y malo y se la comió.
- Entonces mostrame el gato que se comió a la serpiente que se comió al cocodrilo- dijo la mamá.
- Tampoco, porque resulta que el gato se acostó a dormir y apareció una lombriz y se lo comió. - explicó Martina.
- Ah. ¿Y donde está la lombriz que se comió al gato?
- No está, porque apareció una hormiga y se la comió.
- Pero esto no puede ser - dijo la mamá haciéndose la desconfiada - Había un montón de animales y bichos comiéndose unos a otros y yo no vi nada. ¿cómo un bicho chiquito como una hormiga puede comerse una lombriz entera? Me parece que me contaste unas mentiritas.
- ¿Vos querés que yo te muestre? - preguntó Martina.
- Sí, mostrame.
Y Martina le mostró una hormiga que había encontrado arriba de una piedra. La mamá se rió y no le dijo más nada.

El nombre del conejo.

RESULTA QUE en el jardín de infantes tenían un conejo, y había que ponerle nombre. Martina le quería poner Martincita.
Berberecho le quería poner Berberechito.
Plomín le quería poner Plomincito.
Pifucio le quería poner Federiquito.
La maestra propuso ponerle algún nombre bien de conejos. Los chicos dijeron: Orejita. Naricita. Bigotito. Colita. Conejín.
Pero no se ponían de acuerdo. Martina gritaba: ¡Martincita! Plomín: ¡Plominicito! Y los demás opinaban y discutían todos a la vez.
Para tomar una decisión, la maestra decidió hacer un sorteo. Todos estuvieron de acuerdo.
Cada chico pensó el nombre que más le gustaba, y se lo dijo a la maestra, que anotó los nombres en pedacitos de papel. Cuando terminó, puso todos los papeles en el sombrero del profesor Romualdo.
La elegida para sacar un papel fue Martina. Todos miraban ansiosos mientras se lo alcanzaba a la maestra para que lo leyera.
- A ver a ver... - dijo la maestra. - Acá está el papel con el nombre para el conejo... y dice... y dice... ¿Qué dice? Dice "Quince pesos". ¿Eh? ¿Cómo puede ser? Yo no me acuerdo de haber escrito Quince pesos. Además, no es nombre de conejo. Y esta no es mi letra.
- ¿Y entonces quien lo escribió? - preguntó Pifucio.
- No tengo idea - dijo la maestra. Le preguntó al dueño del sombrero, pero Romualdo tampoco sabía nada.
La maestra pensó un rato y al final puso cara de haber encontrado la respuesta.
- Ya sé lo que pasó. Resulta que todos los sombreros tienen una etiqueta con el precio. Hay sombreros que cuestan 10 pesos, 20 pesos o 15 pesos, cómo éste. Cuando Martina revolvió los papeles con la mano, la etiqueta se salió, y por eso la sacamos al hacer el sorteo.
- ¿Y ahora que hacemos? - preguntó Juan.
- Saquemos otro papel - propuso la maestra.
- De ninguna manera - contestó Martina. Yo saqué ese papel y ése va a ser el nombre de nuestro conejo. A mí no me importa que sea el precio del sombrero de Romualdo. El conejo se va a llamar Quince Pesos y listo.
Y fue así que al conejo Quince Pesos le quedó de nombre Quince Pesos. Un nombre de lo más original.


El aro perdido

RESULTA QUE Franca vio unos pajaritos que revoloteaban por el patio, y le preguntó a la mamá: ¿qué están haciendo esos pajaritos?
- Están buscando comida - respondió la mamá.
- ¿y qué comen?
- Semillas, migas de pan, bichitos, esas cosas.
- Ah. ¿y galletitas?
- También, si las cortás bien chiquitas.
Entonces la mamá le mostró como poner un plato con migas para los pajaritos. Al principio les daba miedo la gente, pero después de unos días se fueron acostumbrando a venir todas las mañanas a comer.
Un día, a Lara se le salió un aro, y todos lo buscaron por la casa y no lo encontraron. Hasta que una mañana, Franca vio donde estaba el aro:
- ¡Ahí está! En el plato de los pajaritos.
- Andá a buscarlo - dijo la mamá.
- No puedo mamá - dijo Franca.
- ¿Porqué?
- Porque en el plato hay un pajarito, y tiene el aro en el pico.
La mamá trató de recuperar el aro, pero el pajarito, que era una urraca, se lo llevó a una rama bien alta.
Se armó un lío bárbaro, porque los aros eran un regalo de la abuela, y les había costado trabajo que Lara se acostumbrara a usarlos.
Para variar, el Tío Chiflete tuvo una idea:
- Ya sé lo que voy a hacer. Me voy a disfrazar de pajarita, con un aro en una oreja. Entonces el pajarito va a decir: "¡A esa linda pajarita le falta un aro!". Y me va a regalar el aro que falta.
Se puso ropa toda negra, y desplumó un plumero viejo que había en la casa. Después se pegó las plumas con engrudo en toda la ropa, se puso un embudo en la boca, a manera de pico, y al final, el aro.
Con su disfraz de pajarito, el Tío dió unas vueltas por el patio diciendo: "Pío pío pío pío"
La mamá se rió al ver al disfrazado y dijo:
- Sos un pajarito un poco gordo. Más bien parecés un pavo.
- Vos no entendés nada de pajaritos.
- Además, acá no te ve nadie. Mejor andá a la vereda.
El Tío salió a la vereda, y se puso a caminar dando saltitos con los dos pies juntos, y a decir "Pío pío".
Los vecinos lo miraban y no entendían nada. Algunos se reían, y una señora un poco corta de vista le tiró a los pies como un kilo de pan duro.
El Vecino Inventor se asomó por la ventana y le preguntó qué pasaba. El Tío le explicó, y el Inventor dijo:
- Yo tengo una idea mejor. Hay que fabricar una oreja gigante, que se vea desde bien lejos, y ponerla en la puerta de calle. Cuando el pajarito la vea, va a pensar: "Qué linda oreja. Lástima que no tiene aro", y entonces va a colocar el aro en ella.
El Inventor se puso a trabajar, y a la tarde tuvo lista la enorme oreja de plástico color piel, y la colgó con una cadena de un clavo en la puerta de calle.
Los demás vecinos seguían sin entender nada. Una vecina muy chismosa, cada vez que pasaba por la puerta de la casa le decía algo en secreto a la oreja gigante. Un abuelo aburrido había puesto una silla al lado de la oreja, y le daba charla.
Para la mañana siguiente, en la oreja se había juntado un poco de tierra, pero no había aparecido ningún aro.
Entonces la mamá tuvo una idea:
- Vamos a poner unos botones en un platito, para ver adónde se los lleva la urraca. De ese modo vamos a descubrir su nido. Mientras tanto, el Tío se va a sacar ese disfraz de pajarón y el Inventor va a descolgar esa orejota de mi puerta.
Hicieron como ella dijo, y... ¡así fue!. El pajarito empezó a llevarse los botones, que le gustaban porque eran brillantes y hacían ruidito.
Entonces el Inventor, con un telescopio que había fabricado, miró al pajarito a ver a donde iba. Pasó un buen rato mirándolo mientras volaba, se posaba en distintos lugares, o se alisaba las plumas. Hasta que al final, ¡descubrió el nido!. Estaba en un árbol en el patio del Sr. Enojoni.
El Sr. Enojoni no quiso saber nada con dejar pasar a su patio al Inventor. Fue la mamá con las nenas a pedirle por favor, pero tampoco. Por último se incorporó al grupo el Tío Chiflete, que iba terminándose de peinar y arreglar la ropa. Cuando lo vió, el Sr. Enojoni le preguntó:
- ¿Ud. es el que estaba hace un rato disfrazado de pajarito?
- Sí.
- Jua jua jua. - se rió el Sr. Enojoni. Y de tanto que se rió, se le fue el enojo. Y no tuvo más remedio que dejarlos poner la escalera para subir al árbol.
Arriba del árbol estaba el nido. Y en el nido, el aro y los botones. Todos se pusieron muy contentos.
Pero a Franca le preocupaba saber para qué el pajarito quería el aro y los botones. Entonces la mamá le explicó:
- Algunos pajaritos se llevan cosas para hacer un nido, que es su casita.
- ¿y el pajarito se quedó sin casita?
- No te preocupes - dijo la mamá. Vamos a poner un poco de algodón y unas maderitas, y vas a ver como el pajarito se los viene a llevar para hacer un nido más lindo y caliente.
Y así fue. Desde la terraza, con el telescopio del inventor, Franca podía ver el nido del pajarito, con el algodón y las maderitas dentro. Y en la primavera, aparecieron dos lindos pajaritos.

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